* La guía perfecta para no entender la vida de un expatriado, pero pueden intentarlo...

sábado, 21 de noviembre de 2015

Prólogo

Agosto 2011.

Cierro la maleta. Me dispongo a abandonar el que ha sido mi hogar durante los últimos ocho años. No quiero mirar hacia atrás..., pero miro.


Observo un piso vacío con las persianas a medio bajar. No quedan muebles, pero el piso está lleno de recuerdos. Mis ojos verde-pardo-marrones empiezan a lubricar y de repente todo se difumina.

A mi alrededor percibo cierto movimiento: risas, fiestas, trabajo, esfuerzo, soledad, compañía, ilusiones... Esbozo una sonrisa de nostalgia, alegría e incertidumbre.

De repente descubro que hay una gotera en el parqué: las cataratas Victoria. - Joder, menudo disgusto que llevo. ¡Si sólo me voy a vivir a Alemania! Venga, tira, déjate de tristezas y "pa'lante", que te queda mucho por vivir. 

Salgo del piso y cierro la puerta. Ese día  cogería un tren solo. Las despedidas de familia, amigos y compañeros de trabajo habían quedado atrás. Ya en el andén del tren, intento que Dora -mi exquisita e infalible neurona- ponga un poquito de orden en este descontrol óculo-lacrimal. No hay manera. Sentado en mi asiento, y oculto tras mis siempre coloridas gafas de sol, observo a través de la ventana del tren como, a toda velocidad, nos alejamos de mi ciudad, de mi familia y de todos mis amigos.
.....

6 semanas después.

Llaman al timbre.

Después de mucho tiempo viviendo en un hotel, estoy a punto de empezar a vivir en la que será mi casa en los próximos años: una preciosa villa de principios de siglo XX, más concretamente de 1907, con techos altos, puertas de madera grabadas, invernadero, cuarto de lavadoras comunitario en el trastero. Ah! y sin garaje cerrado; vamos, para poder disfrutar de lo que viene siendo una tertulia matutina con los vecinos mientras rascas el parabrisas congelado del coche.

- Pues parece que está fresca la mañana... 

Vamos, que todas y cada una de las condiciones inmobiliarias que había puesto antes de partir de mi querida Spain-twelve points, me las fui comiendo una detrás de otra. Si yo lo que quería realmente era algo moderno, acristalado y minimalista. Con el tiempo aprendería a darle gracias a Dioniso por estos alimentos, digo por esta bonita casa que me ofreció.

El timbre.

Venga, a ver cómo le digo yo ahora al de la lavadora que la instale en el trastero. 

Bajo las escaleras y me encuentro al de la lavadora dejando la misma en el umbral de la puerta. Parece que aquí en Alemania te hacen el servicio justito; te dejan la compra en la puerta y ahí te apañes. Pero de repente, cuando todavía no termino de dar crédito a lo que está sucediendo, aparece una persona de baja estatura y bastante corpulencia y se pone a hablar con el repartidor. Al momento los dos juntos están bajando la lavadora al cuarto de lavadoras.

A los cinco minutos tengo todo instalado y el bajito corpulento con una sonrisa en la cara y el dedo lleno de sangre, por culpa de la lavadora, y diciéndome: wilkommen (bienvenido).

Ese fue mi primer contacto con mi vecino: "el König von Oben". Al día siguiente conocería a su mujer, a su hija, a los vecinos de abajo, a los de enfrente, a los de al lado, a los de más al lado; un pasito "pa´lante" María y un pasito "pa'trás"... Vamos, que el día después de la lavadora había conocido ya a la comuna vecinal al completo, la cual se iba a convertir poco a poco, o más bien de sopetón, en co-protagonistas de la nueva y surrealista vida que estaba a punto de comenzar: un españolito perdido en un pueblo de Alemania... del Este.

Capitulo 1: Mi cumple




1 comentario:

  1. El contrapunto del Oeste23 de noviembre de 2015, 14:33

    El bajito corpulento rey, amable de corazón, gruñón de naturaleza;
    la reina que poseía el secreto de la juventud y de las bellezas -ambas dos- y que derrochaba tanto serenidad como picardía;
    la ratita de rosa, que al amanecer se convertía en caballo y que tras el trote mañanero bajaba a reclamar su beso de buenos días;
    la doncella de la torre, que desde su ventana saludaba, encantada de la visita, a príncipes ajenos;
    la abuelita rockera, tan chick ella, empapando de amor sus tartas, sus cartas y sus reorganizaciones de frutas y flores (en mi pueblo con eso hacen ofrendas);
    su gigoló de pelo blanco, tan gentelman (sigo convencida de que tiene un barco aparcado por ahí cerca);
    las deliciosas pócimas reconstituyentes del tímido joven (imposible ir a esa barra y no recordarlo preparándolas);
    los desayunos con poderes mágicos, de parar el tiempo;
    la mansión, ciertamente preciosa;
    el encantador bosque, majestuoso en cualquier estación;
    los pajarillos cantores, el perro ladrador, el vecino-portera (algo mundanal, ¡hombre!),
    los "wannabe", o los "be" más "wanna" de la zona más "be" del lugar.
    Cenicienta encontrando de sopetón a los enanitos que se desvivirían por ella y que pasarían a co-protagonizar su cuento.

    Imágenes y personajes de un pueblito-balneario donde perderse unas horas, de vez en cuando, fue un privilegio.

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